jueves, 18 de junio de 2015

Ensayo: Cines del pasado, historias que nos construyen

 Por cada persona un hogar, a cada comunidad una ciudad, a cada ciudad una historia y de las historias la unión.


Hogar. Ese pequeño lugar en este gran planeta que de alguna manera “pertenece” solo a las personas que lo habitan, este  espacio donde la mayoría entramos en una relativa paz y nos sentimos sinceramente cómodos, donde de verdad podemos descansar, uno de los pocos lugares en los cuales nos podemos mover con libertad, sin el constante temor a ser juzgados por esos desconocidos, generalmente, caminantes a los cuales en la mayoría de los casos solo se les ve una vez. En el somos lo más parecido a lo que somos.

El hogar, suele ser ese lugar que llenamos de historias, de recuerdos, de alegrías, de tristezas, en algunos casos, de momentos, de ataques de risas, he incluso de vez en cuanto de estallidos de furia.
Si tuviésemos que materializar a cada persona, su hogar, cumpliría esta función. Solemos llenar las paredes de ese con fotos de las personas especiales en nuestra vida, de fotos de  momentos inolvidables, llenamos las paredes recuerdos traídos de viajes, de decoraciones, elegidas de tal forma que identifican al habitante del hogar. Cada objeto del hogar constituye una elección del habitante, el patrón de elección solo se justifica a través de sus propios gustos. Por todas aquellas razones es que se puede considerar el hogar como parte de la identidad del que lo habita.

Si retratamos a un abuelito de 80 años, adicto a la lectura, profesor de historia jubilado, amante de la fotografía, no podemos evitar imaginarnos en su casa mínimo una biblioteca. Al pensar en un amante de las plantas, botánico reconocido, es inevitable imaginar en su hogar algún jardín enorme, lleno de una gran variedad de plantas, o un huerto casero, un cocina provista de hierbas tal vez, tendemos a imaginar que este tendría una cocina llena de vegetales cosechados en su mismo patio. Hacemos todas esas relaciones porque, lo que somos se refleja en lo que tenemos. Es una relación bastante lógica, no hay lector sin libro, ni cocinero sin cocina o pintor sin pintura.

Nuestro gran hogar como penquistas es Concepción. La ciudad cada uno de sus muros, sus plazas, sus edificios, sus estatuas, aquellos cines que ya no son cines, todos estos elementos y otros más son los representan la identidad o deberían representar la identidad colectiva de los penquistas.

Cada vez que se construye un edificio, cada monumento o estatua nueva, los centros comerciales que se crean, también aquellas construcciones que se destruyen, los grafitis que aparecen de la noche a la mañana. Todos son cambios que responden a las necesidades y preferencias que tenemos y vamos adquiriendo como penquistas. Si estamos creciendo como población prontamente veremos un nuevo edificio que responda a esta necesidad y que grafique esta realidad, en el caso de que comencemos como comunidad a consumir más en artículos materiales, algún comercio o centro comercial será construido en representación, acorde con aquella nueva realidad, si se pierde el interés por los cines, entonces los cines desaparecerán.

Los cambios son los que dan vida en las ciudades, esta permanente mutación es la que da cuenta de que la ciudad es activa, que hay personas habitando en ella. Pero no todo cambia, siempre queda algo que el tiempo no borra, que procuramos no destruir, que cuidamos con más cuidado, ese algo no se destruye porque como comunidad le otorgamos un valor especial.

Concepción es una de esas ciudades que va cambiando constantemente a lo largo del tiempo, pocas cosas trascienden y perduran para las nuevas generaciones. Muchos de nuestros edificios son constantemente azotados y derrumbados por los terremotos, pero la mayoría de ellos son destruidos por nosotros, aparentemente no hay nada que los penquistas quieran que permanezca en el tiempo, todo cambia a una velocidad impresionante, nada se salva de ser borrado del mapa de nuestra ciudad y en muchos casos, luego de la memoria de los habitantes de concepción.

En dentro de esta categoría de edificaciones perdidas y olvidadas se encuentran los cines antiguos de Concepción. Más de siete cines que pasaron, en unos pocos años, de ser los lugares más recurridos de la ciudad, parte importante de la identidad de concepción, a ser o edificios en ruinas, o un par de rejas que causan curiosidad en las pequeñas mentes de los nuevos y más jóvenes habitantes de nuestra ciudad, otros terminaron, luego de una larga historia de lucha, en ser centros comerciales, clubes nocturnos y de todos ellos aquel que tuvo mejor suerte termino siendo una sala de teatro, una sala que no abre sus puertas tan seguido como esperaría, pero por lo menos a diferencia de los otros restos de cines, en este, de vez en cuando se escuchan aplausos, aplausos muy parecidos a los que nunca faltaban después de cada función.

Los cine representaron una parte importante de la vida de los penquistas, era el centro de entretención de la época, un lugar sumamente importante en la vida social de los penquistas, ellos eran los únicos lugares en donde se reproducían las películas, a diferencia de lo que ocurre en nuestros tiempos donde las películas están al alcance de todos los que tengan computador, es más a la hora y en el momento que se nos antoje, podemos elegir la película que nosotros queramos de entre una infinidad de estas, tan solo hay que realizar unos cuantos clicks en unos minutos podrás reproducir el video, si eres bueno buscando incluso puedes elegir el idioma y la calidad de la imagen.

Tiempo atrás ese arranque de la realidad era una oportunidad única y  solo la otorgaban los cines.
La información no estaba al alcance de todos, muchas cosas que actualmente parecen de conocimiento popular, antes eran toda una novedad, por ejemplo, los vampiros eran unas criaturas nunca antes vistas, todos unos seres endemoniado, los tiburones incluso eran seres desconocidos en el conocimiento común de la época, al mostrar esas criaturas en una pantalla gigante en donde las imágenes se movían en secuencia una tras otra, el terror era absoluto, humanos que bebían sangre, fuerza sobre humana, que prácticamente olían el miedo y para rematar inmortales, la muerte en persona. O esa doble corrida de dientes capaz de arrancar una pierna de un solo mordisco, un animal que huele a la distancia la sangre humana, el terror de los mares. Todos los sentimientos que debieron haber sentido aquellos hombres que vieron la película Shark, cuantas veces sus corazones bombearon la sangre sin control, el temor paralizante que debió haber recorrido por sus cuerpos. El cine era una experiencia mágica para ellos.

¿Y para que llenar nuestras mentes de memorias, de recuerdos de experiencias de otras personas, de nostalgias ajenas, si aquellos cines que significaron tanto para otras generaciones ya desaparecieron y no volverán? Muchos responderán a esa pregunta con un simple, pero no menos valido, por cultura. Y entonces cabe la duda,  ¿de qué nos sirve la cultura en estos casos? Lamentablemente parece que en estos tiempos todo tiene que tener una utilidad, frente a ese tipo de pensamiento invito a pensar en cultura como aquello que nos une, que nos hace ser una comunidad, crear una sola ciudad, un solo país y una sola humanidad. No pretendo ahora hablar de lo obvio, y escribir los beneficios de la unión, aquello seria malgastar palabras en vano.

A todos nos ha pasado que hablando con nuestros abuelos, tíos, padres o cualquiera sea el pariente nostálgico que tenga ganas de hablar del pasado que este rememora a aquel simbólico abuelo suyo, al que nosotros nunca conocimos y nunca conoceremos, ya que, es bien sabido que hace muchos años atrás que su residencia queda unas cuantas capaz de tierra bajo el nivel del suelo. Este pariente nostálgico se emociona hablando de aquella persona, de sus típicas actitudes; algunas anécdotas graciosas tal vez. ¿Y porque nos debería importar a nosotros si el caballero del que nos hablan falleció hace mucho tiempo, por muy interesante que sea, ahora es solo una historia, una memoria y con suerte una lápida entre tantas?

 Pero al final todos somos historias, si nos cuestionamos acerca de este conocimiento porque no cuestionarnos sobre nuestros propios abuelos, ellos dejaran este mundo pronto, ¿Qué beneficio tiene malgastar el tiempo con personas tan próximas a la muerte?, estos personajes forman parte de nuestros antepasados, de esa parte de nuestra historia que no vivimos, pero no por aquello menos nuestra. Estos personajes son los que compartimos con nuestra familia, los que nos hacen fortalecer esa unidad sanguínea, fortalecerla con una historia en común.

Porque no llevar aquello al plano de nuestra ciudad Concepción, los cines son parte de nuestra historia, en momentos en los cuales parece que cada día somos más, un grupo de desconocidos viviendo todos juntos en un mismo espacio, en vez de una comunidad de penquistas que comparten un pasado y proyectan un proyecto junto. Como a esta escritora le encantan las frases cliché, he aquí una que calza muy bien la unión hace la fuerza, que este tan usada la bendita frase no le quita verdad. Los invito entonces a conocer Concepción, a encariñarse con esta ciudad, a conocer sus historias ocultas en cada ladrillo que lucha por no ser derrumbado, y de esta forma los invito a ser un solo Concepción.

2 comentarios:

  1. "Pero al final todos somos historias"; esa frase es para enmarcarla, te juro jajaja
    Lo leí TODO, y estuve pegada a la pantalla de mi laptop desde principio a fin; amo cómo escribes. Ya espero la próxima entrada.
    ¡Un beso!

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